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UN POCO DE PAZ (Por Eduardo La Negra Bigotti)

La clasificación de Argentina le dio respiro a sus jugadores y a los más de 40 millones de Argentinos que la ansiaban. Antes de eso, una muestra del periodismo que descalifica, del dramatismo en el deporte y de los golpes bajos, fueron moneda corriente. Con la sanación echa por el pacifico crack Messi, les dejamos las sensaciones de un martes que no fue uno más.


UN POCO DE PAZ
Por Eduardo La Negra Bigotti
La voz de Benedetto en la transmisión, se escucha como la de una tía mandona que le da un poco al pucho. Desde la cancha, tiene un tono radial, más de Turismo Carretera que de fútbol pero le pone ganas y lo siente. Tras los días de furia y canibalismo periodístico, el partido se juega desde hace un rato, se habló del jugador “24 Enzo Pérez” de Banegas que es el mejor pasador-por estadísticas- de la Champions y que Sampaoli lo considera el mejor volante central del mundo, de la ciclotimia del entrenador, de Burruuuchaagaaa que podía hacerse cargo en medio del caos. Un comportamiento humano digno de análisis y lindo para que los fanáticos de la medicalización por la medicalización misma inventen un Síndrome
Suelto, con clase, con libertad, Banegas calibra y hace viajar la bocha milimétrica para que un tal Messi, la controle con su muslo con los cuidados de una mamá primeriza. Le queda mansa, la acuna controlada y la prepara para la escena final. El defensor nigeriano, no la compró en reventa la entrada, está ahí en primera fila y desesperado. Son milésimas de segundos y en ese instante la tiene que impactar con la pierna que usa para ser terrenal, con la otra hace e hizo lo mismo que Diego, magia. Es gol, una joyita desde que nació hasta que encontró la red. Corre y se arrodilla agradeciendo al cielo, descarga mansamente la furia periodística a la que fue sometido por una derrota y una floja actuación. Se metieron con su matrimonio, le pidieron la renuncia, dijeron que era un alma en pena y soltaron las fieras para hacer un golpe institucional en el banco de la selección. Con todo eso a cuesta –y con la soga al cuello- ahí estaba una vez más en un mundial encontrando un poco de paz.
Al igual que contra Ecuador cuando estábamos para verlo por –ni siquiera – por la Tv pública, encuentra clase donde todo es una olla a presión. Seguramente la noche anterior estudio el “manual del pecho frío” para encontrar serenidad y claridad en un momento límite.
Aparece la ilusión, el fútbol y como además sigue siendo contagio, continúa por su carril y encuentra protagonistas que sin ser la brillante España del toque, pueden ofrecer mejores garantías que el mejor equipo de los últimos años que conformó el presidente. Un traspié llamado penal devuelve la moral al piso. Es empate y con boleto de regreso a casa. Raro el penal, parecía provocado para que el final sea con épica o no sea nada. Armani ensaya la de Dios en un mano a mano traía pasaporte y valija incluida. Lo hace fácil y saca el título de arquero titular. El corazón, el empuje, el amor propio y la sorpresa de un defensor apareciendo a lo Mario Kempes devuelve el prestigio perdido y hace explotar todo. El sufrimiento ya no tiene tanto lugar, salvo para Ruggeri que exclama “Uy ¿Amarilla para quien?”. El entrenador nigeriano, con un look capitán de Copa Davis, se desalinea un poquito porque sabe que no hará historia.
Al igual que con las conjeturas y las operaciones políticas, la realidad –la del resultado- tira por tierra las conspiraciones malditas o interesadas, deja en posición adelantada al que saboreaba la agonía. A la distancia poco podremos saber de la certeza del cogobierno entre jugadores y técnicos, del equipo de los amigos de o del audio del DT de Excursionistas diciendo “que el papá de Messi es el dueño de la selección”.
¿Las certezas? dentro de tanta furia pueden encontrarse. La del resultado y clasificación, la de la soga al cuello Messi cumpliendo, la cara de Sampaoli en la conferencia con más sufrimiento que de desahogo y los dos héroes deportivos mirando al cielo en el mismo templo. Uno, el compadrito adorado en la tribuna, el otro el de la paz, mirando el templo desde el centro y agradeciendo a los suyos.

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